viernes, 30 de septiembre de 2016

Veinticuatro, como las horas

Veinticuatro, como las horas


Todo lo que soy:

Soy las tardes de invierno (febrero-marzo por ejemplo) cuando íbamos con unos primos de mi papá (que además eran vecinos), mi hermano y yo, armados con una madeja de hilo cáñamo, nuestro destino era recorrer todo el ancho de la milpa de mi abuelo, recién cosechada y ya sin el zacate del maíz, para poder así levantar un papalote.
Dicho papalote era construido con (precisamente) algunas varas, ya fueran de caña de maíz o de el árbol de capulín, también se ocupaba de una bolsa de plástico sin perforaciones, lo suficientemente grande para poder crear un intento de rombo irregular y con las bolsas que sí tuvieran algun tipo de perfoación y un poco de tela vieja, hacer la "cola" del papalote, misma que ayudaría a que éste llegara tan lejos que apenas fuera posible disinguirlo.

Teníamos que hacer muchos intentos para poder levantar el papalote, además de recorrer varias veces y por turnos y con velocidades impresionantes, el largo de la milpa recién barbechada , también debíamos de vivir la adrenalina de "soltarle" más al hilo, temiendo porque el viento cesara y cayera nuesto papalote colectivo lejos de nuestros territorios y entonces alguien más lo rescataría, lo restauraría y se quedaría con nuestras horas de ingeniería .

A veces también hacíamos más de un papalote, como en total eramos 4, el tío David, la tía Marcela, mi hermano y yo, entonces a nosotras nos dejaban intentar hacer un papalote pero más pequeño, con las baras que no usaron y lo demás, tal vez era machista, pero nosotras no dabamos importancia, el punto era competir por quién dejaba ir más lejos su papalote(sin perderlo en el intento).